martes, 20 de octubre de 2015

¿Y si le perdieras?

Miedo. Ese que te inunda cuando lo tienes frente a ti sonriendo mientras piensas que mañana podrá ser sólo una imagen borrosa, algo que se transforma en un recuerdo. Y qué horrible es ese sentimiento...
Pero creo que si lo tenemos es porque de verdad amamos a la otra persona y tememos perder todo lo que nos da y todo lo que damos. Y también miedo de rompernos en pedacitos y no volver a reconstruirnos jamás.
A mi nunca se me dieron bien las relaciones, no soy una persona fácil, quiero aventuras a las que no cualquier persona estaría dispuesta a seguirme, soy impulsiva para muchas cosas e indecisa para otras. Me considero un espécimen raro de la sociedad y eso siempre me ha resultado dificultoso, quizás no encajo con nadie o eso pensaba hasta que apareció él.
Es extraño desde mi punto de vista, no soportaba la idea de estar con él, tal vez porque estaba convencida de que yo no había nacido para compartir mis momentos con nadie especial. Pero apareció y fue entrando poco a poco en mi alma hasta tocarla y quedarse.
Ahora es cuando llega el miedo a apoderarse de todo porque te ves poca cosa, porque te conoces y sabes que no se te da del todo bien llevar relaciones como estas pero quieres luchar igualmente porque lo amas, porque sabes que serías la persona más imbécil del mundo si lo dejaras ir, incluso si esas palabras salieran de tu boca.
¿Y si tiene un valor incalculable y se merece a alguien mejor? Respondo: él lo tiene, no hay nada comparable, y siempre pienso que habrá mil personas mucho mejores que yo para hacerle feliz, pero también pienso que si me ha elegido a mi será porque yo también tengo ese no sé qué de qué sé yo.
Quiero disfrutarle, sorprenderle cada día y no perderle nunca.
Total. ¿por qué no te quedas para siempre?

sábado, 17 de octubre de 2015

Anocheciendo

Aquel día planeamos ir a la montaña con su perra para que corriera y tener nosotros una agradable excusa para vernos. Nunca se me había hecho tan divertido subir caminando en cuesta una montaña durante una hora; entre risas, empujones de Kira (su perra), frío y papas risi que me ofreció pasamos una velada tranquila y graciosa.
Llegamos a un mirador precioso, desde ahí podíamos ver toda nuestra ciudad y el mar, y era todo fantástico porque anochecía rápido y el frío siempre ha sido buena excusa para abrazarse. Nos sentamos en la gran piedra que tiene el mirador, empezamos a charlar y a reírnos sin pensar en nada más que en aquello que estábamos viviendo cuando me di cuenta de que, en esos momentos, no me importaba el lugar, ni el silencio, ni la noche ni si nos perdíamos o no de regreso porque estaba con él, me sentía bien con él, cómoda y no conocía lugar mejor para pasar un día como aquel.
No quería recogerlo todo y bajar de nuevo, me habría pasado toda la noche allí sentada, charlando, fíjándome en las líneas que surcaban sus ojos cuando sonreía, enamorándome de la madurez con la que hablaba y de todo el sentimiento que transmitía su mirada. Sí, me habría quedado porque se empezaba a hacer muy corto el tiempo que estaba a su lado y empezaba a darme miedo dejarlo marchar por si desaparecía y nunca más volvía a saber de él.
Quería quedarme, que me borrara los miedos y me devolviera la felicidad, quería abrazarlo y no soltarlo hasta dentro de mucho tiempo y deseaba besarle la sonrisa, pero fue en lo menos que pensé aquella tarde porque me concentré demasiado en escuchar cuanto tenía que decir. 
Me gustaba, más de lo que yo misma habría querido en ese momento, pero se había convertido en algo inevitable para los dos y se pasaba el tiempo tan rápido cuando nos veíamos...
Quería quererle, llenaba el vacío de mi pecho constantemente y mis fantasmas habían dejado de acosarme por las noches, era como una bendición verlo y, aún hoy, meses después, lo sigue siendo.